viernes, 30 de diciembre de 2011

Luz y prólogo

Hace algún tiempo, el mundo vio nacer a dos personas que no querían ver el mundo. Para tapar aquellas grietas que no querían ver, en su infantil amistad, sellaron que cambiarían el mundo, con la ilusión que tantos otros dijeron. Ilusión. Aquello que iban perdiendo según iban considerando los días como réplicas burlonas, como absurdos clones que te dicen que estás atrapado en un bucle sin salida, un día tras otro, todo igual. La ilusión es aquello que se va cuando dejas de considerar cada día como uno nuevo en vez de como uno más.
Pasó, imperdonable e inhumanamente humano, el tiempo por sus vidas, convirtiendo su amistad infantil en pasado, junto a aquellas ilusiones... simplemente desaparecieron, los dos. Ahora eran seres mayores, para los que los años pasaban como días. Ya no eran objetos especiales, ya habían sido apisonados tantas veces contra la vida por esos años, ya habían tenido tantos años en los que vivir, que terminar un año, era empezar uno más, no empezar uno nuevo.

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La luz bañaba aquella mañana todo lo que veía desde la ventana. La puerta, en aquel baño brillante, chorreaba reflejos como gotas del rocío de la selva, al suelo, llenando todo del agua dorada con la que Dios parecía querer bañarnos de luz a nosotros también.
Era la mañana del treinta de diciembre. Solo le quedaban dos días al año y yo me puse a escribir sin saber muy bien qué hacer. Estrené el blog, como prólogo para el año nuevo, dispuesto a llenar de magia aquellas páginas virtuales de un libro que me dejaban editar gratis en la red. A las once de la mañana, solo tenía una sonrisa y una larga lista de cosas que poder hacer. Solo quedaba llenar el año con la magia de escuchar la música que corre entre cataratas ardientes de emociones; palabras llenas de voces que los viejos y sabios árboles nos susurraban; caminos de tierra, sin barro y con barreras, que nos llevaban a algún sitio conocido, por lugares que nunca conocimos antes. La magia de la música de la literatura en el transcurso de los días, acompañando al tiempo, que, segundo a segundo, te quita uno, pero siempre te regala otro.