martes, 31 de enero de 2012

Valores en el tiempo

Avanzaban por el lago lentamente, al ritmo de las plantas, mecidos por la poca corriente que el agua llevaba. Envueltos en nieblas, parecían no percatarse del Sol, que quizás había desaparecido tiempo atrás. Las palabras entre uno y otro eran escasas, como medidas para no entorpecer la música que la jungla a su alrededor les narraba. El tiempo les iba llevando por aquel río, de lago en lago, como nadando a golpe de remo en el paisaje selvático. Juglares, caimanes, pájaros sin nombre, mil colores y mil formas se agolpaban en la orilla como un público en multitud para ver aquella perturbación en el curso del río que causaban los chapoteos artificiales de la madera contra el agua.

La bruma del tiempo les movía a preguntarse por la realidad. Mientras la selva gritaba en voz baja la banda sonora de la escena, el tiempo susurraba al oído preguntas y respuestas sin palabras, solo para el corazón. Sombras de valores, eso eran. Y así, la realidad cobró forma de nube en el río, y sus corazones siguieron su curso natural por la niebla que ellos mismos se imponían en su inútil ceguera.



El corazón latía con furia, agarrado a las estruendosas notas de Beethoven. La fuerza del sentimiento que embargaba por dentro a cada músico era un simple alteración extra en el roce con el exterior mediado por nuestros instrumentos. Parecía una locura, la locura de la música de Beethoven, lo que hacía que el pecho me gritara con potencia y que la partitura me demandara saltar. Pero para el espectador paisaje, todo ello era un simple modo irónico de ver la vida. O quizás, la única manera de hablar para el tiempo  y que entendiéramos la presencia de nosotros mismos en su seno.

El hecho de que no existiera una verdad única según un amigo, no iba a impedir que la buscara.
-La única diferencia entre esa roca y tú o yo, es que nosotros podemos sentirla a ella y a nosotros mismos y además podemos hablar de eso -señalé la roca y dije:-. Y ella no.
Proseguí: "Todo el mundo entiende que la roca y uno mismo se hacen de lo mismo, átomos, pero no es lo mismo entenderlo que sentirlo".
-Yo siempre pienso que es una suerte, sea lo que sea. Algo de lo que aprendes, algo que te llevas.
En aquel jardín escondido en la noche, cualquier palabra parecía cobrar un sentido metafísico.

El tiempo me acompañó, como de costumbre, en mis paseos por la calle, en los días del mes de enero y me fue dejando consejos entre pensamientos. Las nubes coloreaban de grises pentagramas las ventanas de mi casa en la oscuridad de la noche, como componiendo una sinfonía en la que las gotas jugaban a ser notas musicales con la gravedad, y en ese juego de locos, iban incluyendo a todo lo que mirara al cielo. Y así, la música de las nubes parecía querer decirnos el resultado de una suma mágica.

Mientras, el tiempo seguía allí, susurrándole a mi corazón palabras en otro lenguaje. Diciéndole como la regla empezaba con los pequeños sentimientos, esas pequeñas gotas de lluvia que caían al corazón e iban llenándolo, coloreándolo, dibujando sus formas... Las pequeñas percepciones del mundo que nos recreaban. Esas pequeñas gotas que caían al levantar, que iban mostrando cada momento, que iban creando los días... creando sensaciones. Sentimientos que se unen, gotas de sensaciones que forman el lago de los días. Sensaciones que muestran la realidad en nuestro interior como la suma total de los sentimientos, negativos, positivos. El infinito universo era irreconocible ante este otro mundo de sensaciones inversas, infinitas también. Sensaciones, que dan el sentido a la vida. Cada gota del exterior es una percepción del mundo, un sentimiento, que junto a todo los demás, forman lo que sientes en esos momentos, la sensación. Según lo que sientas, según lo que veas: el sentido que le damos a la vida cambia según la percibamos, según cómo la sintamos. Así, el hecho de no sentir la vida, hace que ésta deje de tener sentido.

El tiempo seguía acariciando mi piel, llevándome por los días como si de una correa por la vida se tratase. Y así, me di cuenta de que esos sentimientos, esas sensaciones, ese sentido, que encajaban tan bien, parecían ser moldeados a partir de nuestra propia identidad, nuestros propios valores.

Sombras de valor. Fuerzas del instinto. Cada persona parecía ser un único resultado de la infinita combinación de sentimientos en forma subjetiva, percepciones del mundo moldeadas, deformadas; valores. Ilusión, optimismo, fuerza, igualdad, empatía, fe, seguridad... Palabras que crean definiciones inexactas.

Valores, partes de uno mimo, formas de ver el mundo, de elegir los sentimientos, y de dar sentido a tu vida al final. Antes de los sentimientos solo están los guiños que nos hacemos para crear nuestro esquema de vida. Sonrisas, los besos, los abrazos... Los guiños del tiempo se perciben dentro, como en otro mundo. Cada guiño solo lo entienden los que hablen su lenguaje. Eso es lo que queda grabado. Como en forma de pentagrama, como en forma de escultura, como en forma de lluvia golpeando tu ventana una noche de enero, en la que el tiempo te susurra, con la voz de Dios, cerca del oído, los valores que rellenan tu alma. Gritos de vida. Música de corazones. Palabras de valor. Magia de ilusión.