miércoles, 29 de febrero de 2012

Paráfrasis

Nada. Empezaron allí. La aventura exigía más de lo esperado. Épicos, gloriosos, sudorosos. Los paisajes les habían llevado llenado penado peinado reinado.

El corazón les susurraba. Susurraba silencios, sonidos de la suave brisa sigilosa insinuante del otoño silvando en las sensaciones de las nieblas suspiradas del inverno sórdido como si fuesen la asbestosis personada, como una metáfora de una vida ajena alejada. Angustiados quizá ahogados. Como tú y yo.

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La vida pasa. Los días uno detrás de otro.

La calle tiembla de frío castañeando con sus dientes marrones de leche recién caídos en otoño, a mi paso y al del viento. Los paisajes, abrumadores.

El sentir del entender, del instinto. Ese corazón interno a la mente que, en parte creamos, en parte traemos. El que nos incita a clasificar para unir, no para separar. El que nos lleva si nos dejamos mecer por el suave río de nuestro interior.

La monotonía corre despacio, abarca todo poco, se deja con fuerza agarrarte y matarte. Te quita vida: ilusión: sentir: mata. Mata. Meta. Juegos y jergas. Vida en sentimientos, ya que al fin y al cabo, si pierdes el juego, pierdes la ilusión, si pierdes la ilusión, pierdes el juego. Si pierdes la ilusión, pierdes la vida. Si pierdes la ilusión te pierdes. Sin sentir. Solo monótono como sol solo con don.

Abrumadoramente desconocido, el paisaje. Las raíces, las ramas, las charcas, las aguas, estanques y ranas, ranas y estanques. El ojo de la vida que se mira a sí mismo, que mira más alla del Cristal que devuelve su propio reflejo.

Palabras convirtiéndose en sí mismas. Vida en paráfrasis con el tiempo.