sábado, 31 de marzo de 2012

Oración e impersonal

Allí, en la cima del mundo. Buscaron con fervor y ansia ese momento. Recorrieron grandes paisajes buscándole. Y allí, con el cielo azul pálido sobre su cabeza, en la grandeza del paisaje en sí, rodeados de árboles nunca vistos, que recorrían el camino a las nubes creando caminos entre las ramas que solo los animales podían conocer. Con las montañas. Con el agua. Con el viento y la cascada. Con todo el mundo a su alrededor. Los tres, los miles. Corrieron.

Pararon a reflexionar su carrera, como si de un sueño se volviese a tratar. Buscaron hasta el significado del significar, hasta encontrar a Dios. El momento.


Ahora, escuchadme los que me escuchéis, leedme los que me leáis. En voz baja, mis susurros. Sentir, oyendo de fondo la antítesis de un tango alegre. Con el corazón en un puño, oíd, escuchad, leed. Sentid.

Una gota de magia. Que vuela con el viento, dando vueltas, como una tormenta. Que surca las olas, como un vendaval. Que recorre el alma, como una ilusión.

Sentid, imaginad. Corred, volad, reíd. Gritad. Saltad.

Sentid las palabras. Si las razonais, griegos, escribo:

El Amor se intenta definir en palabras. El problema es que las palabras no son realidades, sino simples alusiones a ésta: las propias palabras son metáforas de la realidad. Por lo tanto definir el Amor en palabras implicaría hacer alusiones constantes a la realidad relacionando unos conceptos y otros (pues es esto lo que hacen las palabras al final). Aquí el problema reside en que estas alusiones pueden ser conocidas por el propio oyente o no, por lo que, en realidad, intentar definir el Amor, tendría como fin explicarlo a alguien que no lo conoce, relacionándolo con otros conceptos de la realidad que sí conoce, metaforizarlo. El otro fin por el que quisiéramos definir el Amor sería la simple belleza de las palabras y metáfora, la simple conversación.
Encontrada la necesidad de definir el Amor, veamos los medios: las palabras. Al ser simples alusiones de la realidad, como antes he mencionado, tendrían un sentido metafórico. Y, ¿qué hay que sea como el Amor? ¿Con que podemos igualarlo en metáforas? Es evidente que la propia palabra “Amor”, por sí sola, no describe nada. El hecho está en que el Amor es un sentimiento, y describirlo nos obligaría a hacerlo sentir al oyente. Por lo tanto, definir el Amor (que es explicar un sentimiento), es hacérselo sentir al oyente o lector. Las palabras tienen que aludir a la realidad de forma que el oyente reconozca en estas realidades al propio Amor. Es decir, hay que encontrar algún otro sentimiento que haga sentir igual que el Amor al que nos oiga. Pero, si hubiera ese sentimiento, ¿no se llamaría igualmente Amor? No hay otro sentimiento igualable al Amor (ni por encima ni por debajo), ya que sería incoherente ponerle otro nombre a lo mismo, por esto se agrupa en Amor al paterno, al fraternal, al de pareja…
Así pues, el Amor es un sentimiento que para entenderse ha de sentirse. Las palabras tienen que crear la misma realidad que hiciera al oyente sentir el Amor en el mundo real, fuera de las palabras. Esto implicaría alusiones a aquello que nos provoca Amor. Como el Amor es algo bello, no podrían ser alusiones simples, sino bellas, enternecidas con el arte de las palabras, jugando a sentir con algo abstracto que no siente, creando algo en un corazón, creando un sentimiento, Amor. Alusiones a la realidad, bellas. Eso sería lo necesario para definir el Amor. Por lo tanto, los dos fines por lo que podríamos querer definir el Amor, han de seguir los mismos caminos si quieren ir por el de la efectividad. El Amor es la bella metáfora de la realidad escondida entre letras.

Dejad de estructurar el mundo, que salte y se estire. Reíd. Vivid. Haced lo que queráis, no lo que os diga.

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