miércoles, 5 de diciembre de 2012

Pronto y con sonidos tuyos

De repente sientes cada nota. Aspiras cada segundo de la música como si fuera único. Oyes el piano a lo lejos, dentro de ti, llenándote el corazón, dejando que corran las lágrimas de paisajes desdibujados.
Corren los compases de la vida en el momento en que la partitura avanza como si fuera parte de ti, como si fueras parte del mundo, como si fueras uno con todo. Las notas. Tan bellas, te guían por el camino de la música, del amor, de la belleza. Cuando algo sublime llega a ti no te sorprende ya, pero debería, como a los niños que hay en ti aún. Que quieren despertar al oír la alegre y triste música. La antítesis de la vida en cada sonata, la vida misma en el respirar de un cantante. El sonido de la música como forma de sonreír. Y ese momento en que parece que besas el viento, el mundo, lo grande, el universo entero, con la belleza del amor de la música, que se esconde tras cada segundo de acordes y silencios contrapuestos en su propio contrapunto sin normas para el corazón.

Cuando el despertar es tardío, es indiferente. Ya no queda nada más que seguir. Estamos en el presente, nunca estamos en el futuro ni en el pasado. Somos uno con el mundo ahora, no luego. Luego no seremos nosotros, seremos nuestra propia evolución. Cada segundo importa y es musical en ti y en mí por igual.

Los errores que cometimos y cometemos, la vida en sencillez con nuestra filosofía ausente, carente de nosotros. El mundo en sí y no en ti ni en mí. Las aspas de un molino de madera y agua que corren con el viento, como si se despeinaran y se enfurecieran con la emoción propia de los sentimientos efervescentes.



Llorar con lo efímero, cuando esperas que ese momento sea eterno. Necesitar alimentarte de segundos que ójala fueran eternos. Gotas de lluvia al piano que llegan al profundo mar del sueño. Noticias de otros mundos más allá de la razón y el sentimiento, narradas por la armonía y la melodía en conjunto con lo humano. La vida. La música. La sensación de no ser capaz de dejar de sentir, de dejar pasar esa oportunidad de aprovechar el sonido profundo de la Tierra, el mismísimo sonido de la vida, de uno y de su alma. De lo agudo y de lo grave. De lo melancólico. De lo alegre. De lo superfluo incluso. De lo clásicamente neutro pero profundo, de la música.


Llorar. Emocionarse. Ir más allá de nuestra propia libertad. Salir del cuerpo y volar hacia nuestras almas para vivir el cuento de hadas que hemos soñado siempre por un segundo efímero y eterno, claro.

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